Para leer utilizamos el cerebro, eso es evidente, pero ¿qué pasa en el cerebro cuando leemos? ¿cómo es que de pronto una serie de imágenes y signos, que conocemos como letras, se vuelven ‘sonidos mentales’ y somos capaces de convertirlos en fonemas y palabras?
Para responder estas preguntas recurriremos a la neurociencia: el capítulo “El cerebro alfabetizado” del libro “Neurociencia educativa. Mente, cerebro y educación”, de David A. Sousa.
Lo primero que tendríamos que saber es que el cerebro parece no distinguir entre la comunicación oral —cuando hablamos y escuchamos a otra persona hablar—, y el leer. ¿¡Cómo!? —dirás. Pues sí, el cerebro utiliza partes muy similares para ambos procesos, siendo lo único que cambia el canal de entrada o input.
Cuando escuchas a una persona recibes la información por el oído, de ahí pasa a los lóbulos temporales y frontales, los que nos ayudan a transformar esas palabras en imágenes mentales y poder entender o significar lo que escuchamos.
Cuando lees un libro, una página de internet, el WhatsApp o cualquier red social recibes la información por la vista y de ahí pasa a los lóbulos temporales, parietales y frontales. Además, aquí entra una parte en el cerebro que se llama circunvolución angular que funciona como un río entre el sistema visual de reconocimiento de palabras y el resto del sistema de procesamiento del lenguaje.
Es decir que la voz que escuchas en tu cabeza cuando lees, no es tuya 😱 si no de la circunvolución angular, que es la responsable de convertir las palabras en fonemas —las partes más pequeñas de una palabra.
Todo esto está muy bien —dirás — pero ¿cómo se desarrolla este ‘circuito’ en el cerebro? ¿Acaso nacemos con él? Los responsables de que este proceso exista en tu cabeza son los juegos que tu maestra o maestro que te enseñó a leer te pedían hacer:
- ¡Casa sin ‘s’ y con ‘j’ es caja!
- Para sobrevivir, los animales necesitan comer, ¿qué otras palabras conoces que terminen en ‘-er’?
—¡Dame
una pe!
—¡pe!
—¡Dame
una ‘a’!
—¡A!
—¡Dame
otra ‘pe’!
—¡pe!
—¡Dame
otra ‘a’!
—¡A!
—¿Qué
dice?
—¡Papa!
Con
esos juegos tu cerebro aprendió a relacionar esos sonidos sueltos —fonemas— con
otros sonidos sueltos e ir haciendo las conexiones que terminaban siendo las palabras
que se relacionaban con imágenes y objetos de tu vida diaria, y así, casi como
por arte de magia, tu cerebro hizo las conexiones necesarias para que ahora
puedas escuchas a tu circunvolución angular diciéndote todo esto.
Conforme
fuiste creciendo y pasando de un nivel escolar a otro, la complejidad de las
lecturas que te pedían tus maestros fue aumentando, lo cual hacía más fuerte la
conexión en tu cerebro. Ibas aprendiendo nuevas palabras que se sumaban a las
que ya conocías y de pronto pasaste de leer frases sencillas como ‘El niño
en el parque’ a leer y comprender toda una entrada de blog, o, mejor aún,
¡un libro completo! ¡Toda una hazaña!, pues tu cerebro hace todo el proceso de
decodificación y significación a velocidades asombrosas, además de que va
creando imágenes mentales —como si estuvieras viendo una película en tu cabeza—,
y le añade sentimientos y emociones —como lo vimos en la entrada ¿Leer es viajar?
Para
seguir ejercitando esas conexiones en tu cerebro no hace falta hacer mucho:
sólo leer y ya. ¡Fácil y placentero! ¿No? Pero, si quieres enseñar a un
pequeño, ¿cómo le haces? Lo principal es el juego, pues al ser experiencias
divertidas el cerebro las guarda y las atesora con más cariño, lo que significa
que las conexiones son más fuertes y duraderas. No debes exigirle demasiado, se
puede crear la idea de que leer es un castigo y eso no ayuda en nada, ¿a quién
le gusta estar castigado? No olvides que lo principal es consultar con expertos
y leer más acerca de las didácticas recomendadas. Los maestros y las maestras
están capacitados para esa labor, pero tú también puedes ser un promotor de
lectura si te preparas para ello. Ya diste un primer paso: ya sabes qué hace el
cerebro cuando lees y podríamos decir que saber eso es de lo más importante,
sólo falta ponerlo en práctica y ejercitar la circunvolución angular propia y
las ajenas.
¿Te
unes?










